Cuando buscar respuestas era un acto de conexión

Hoy las bóvedas del saber están al alcance de un clic —y eso no es malo en sí mismo—, sin embargo, las acciones han cambiado.


Hubo un tiempo, no tan lejano, en que una duda no se resolvía con un clic. Si querías saber algo, tenías que salir a buscarlo: a pie, en transporte, con paciencia. Ibas a las bibliotecas, recorrías pasillos, buscabas en fichas, abrías libros y te sumergías en páginas llenas de tiempo. Y si lo escrito no bastaba, acudías a la gente: a los mayores, a quienes habían vivido, visto y sentido lo que tú apenas comenzabas a intuir.
Antes de que las pantallas se convirtieran en las intermediarias de todo conocimiento, la búsqueda de respuestas era un camino relacional, profundamente humano. Se aprendía conversando. Se investigaba escuchando. Se discernía comparando vivencias, relatos y trayectorias. Las personas adultas mayores eran fuentes legítimas de sabiduría, las cabezas de familia, de clanes, de comunidades. Su palabra tenía peso.

Cuando buscar respuestas era un acto de conexión

Hoy todo parece más rápido, más accesible, pero también más solitario. La digitalización ha traído beneficios incuestionables, sí, pero ha desplazado espacios que antes funcionaban como centros vivos de intercambio. Las bibliotecas han cerrado o se han vaciado en muchos países. Las conversaciones entre generaciones son cada vez más escasas. Y en diversas partes del mundo —desde Europa hasta América Latina, pasando por zonas urbanas de África y Asia—, las personas mayores experimentan una creciente sensación de irrelevancia social, como si la experiencia hubiese dejado de importar.
Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) documenta que1 de cada 2 personas en el mundo tiene actitudes discriminatorias hacia las personas mayores, y alerta sobre cómo esta forma de exclusión afecta su salud física, mental y emocional.

Por otro lado, la Unesco ha advertido sobre la disminución del uso de bibliotecas públicas en al menos 40 países, y sugiere que la pérdida de espacios comunitarios de lectura e intercambio está relacionada con el debilitamiento del pensamiento crítico y del diálogo intergeneracional.
No se trata de idealizar el pasado ni de satanizar la tecnología. Se trata de recordar lo que alguna vez supimos hacer: aprender en comunidad, escuchar con el corazón, y honrar la experiencia como camino de sabiduría.
Porque, aunque los algoritmos sean veloces, la comprensión profunda aún requiere tiempo, escucha y relación.

¿Qué estamos perdiendo realmente?
La paciencia para consultar una referencia cruzada.
El diálogo que permite que una anécdota personal revele un ángulo olvidado.
El reconocimiento social de la experiencia acumulada durante años.

Ese conocimiento no es anecdótico: un estudio ha demostrado que la sabiduría adquirida en la madurez correlaciona con mejor bienestar, mayor resiliencia y mejores hábitos de vida .
Por supuesto, no queremos idealizar el pasado ni demonizar la tecnología. Pero cuando todo se concentra en lo inmaterial y lo digital, corremos el riesgo de desvalorizar lo que se forjó en tiempo y cercanía.
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