Junio 24, 2025
En los hilos antiguos del tiempo, cuando la vida humana seguía el latido de la tierra y el cielo, había días que brillaban con un fulgor especial. Días en los que el sol alcanzaba su cenit, las aguas se bendecían, y la naturaleza entera danzaba en un ciclo perfecto de florecimiento.
Uno de esos días es el 24 de junio, conocido por muchos como el Día de San Juan. Pero mucho antes de que se asociara con dogmas o se desvirtuara su sentido, este era un día de profundo contacto con la naturaleza, con los astros y con las energías invisibles que sustentan la vida.
Era —y es— un portal de abundancia, gratitud y manifestación.
EL SOLSTICIO Y LOS CICLOS CELESTES
Cercano al solsticio de verano en el hemisferio norte, el Día de San Juan marca un punto donde el sol permanece largo en el cielo, llenando de luz los campos, madurando los frutos, despertando en la tierra la fuerza de la vida en su máximo esplendor.
Los antiguos sabían que este era un tiempo sagrado: la energía solar, las aguas, la savia de las plantas y los ciclos del cuerpo humano se alineaban para abrir caminos de renovación, bendición y siembra de intenciones.
UNA CELEBRACIÓN DE VIDA
Con el paso de los siglos, muchas de estas prácticas fueron mal comprendidas o incluso tergiversadas. Las hogueras encendidas no eran actos oscuros, sino símbolos de protección, purificación y gratitud: fuego que abría paso a la renovación, quemando lo que ya no servía, iluminando el porvenir.
Las gentes, reunidas en comunidad, compartían cantos, hierbas, panes, flores y agua consagrada. Era un momento para dar gracias por la vida recibida, pedir claridad, invocar la protección para el resto del año, y abrir el corazón al flujo de la abundancia.